lunes, 17 de marzo de 2014

Mi abuela y yo

Yo tenía dos abuelas. Mi abuela Ángela nació en San Sebastián; mi abuela María -doña María Teresa para sus alumnas- nació en un pueblo del Pirineo que ya no existe. Mi abuela Ángela era blandita y me daba apurruchones; mi abuela María era huesuda y si me abrazó, no me acuerdo. Si pasabas la tarde con ella, la abuela Ángela te hacía croquetas; la abuela María te hacía dictados. Las dos cosas me encantaban. A mis dos abuelas quise mucho, y eso que la abuela María tenía un carácter del demonio que la hacía más difícil de querer; eso, y no muy buena mano para la cocina.
Las croquetas de mi abuela Ángela eran las mejores croquetas del universo sin exagerar, pero en las croquetas que hacía la abuela María a menudo encontrabas trocitos de cartílago. El arroz de la abuela María, pastoso como me suele quedar a mí, también solía incluir sorpresas. Eran cositas negras que siempre tomé por bichos, pero nunca le dije nada por miedo a que aprovechara la ocasión para explicarme la diferencia entre los coleópteros y los homópteros.
Recuerdo todo esto ahora tras leer en el blog de Marinella Terzi sus no-recuerdos sobre quién le enseñó a leer.
Yo tampoco recuerdo quién me enseñó a leer, pero cuenta la leyenda familiar que, antes de que me enseñaran en el colegio, a los tres años, ya leía de corrido el periódico. Justo así es como recuerdo a mi abuela: sempiterna ante un periódico. Quizá por eso siempre he pensado que fue ella quien me enseñó a leer. Nunca lo he preguntado ni pienso hacerlo porque cada uno se construye sus mitos familiares a su gusto y este es el que voy a creer a pies juntillas y a transmitir: a mí me enseñó a leer mi abuela María.
Dicen quienes la conocieron que me parezco mucho a ella, a la maestra, la que siempre estaba leyendo, la que enseñó a leer a cientos de niños, la que no cocinaba demasiado bien, la que cantaba como un gato cuando le pisas la cola, la que no sabía dar muy bien abrazos, la que se reía más "ji ji" que "ja ja", la que era más difícil de querer.

En la foto, mi abuela, María Teresa Giral Pérez, en la escuela de Montañana.

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